El tiempo nos marcó años de ausencia pero siempre se encargó de entrelazarnos, yo no se porqué, quizás sea para no desacostumbrarnos. O quizás también fue nuestra forma de borrarnos sin desaparecer, por ese miedo que siempre nos dio lo irreversible del olvido, del nunca más, del para siempre. Nuestra historia siempre se escribió con finales abiertos, dudosos, oscuros, tristes, solos, ausentes.
Estos años sin sabernos, se sucedieron unos a otros casi iguales. Me perdí en unos cuantos besos y en algunas camas, pero casi siempre elegí despertar sola. Algunas veces me iba para encontrarme en tu recuerdo y preguntarme hasta el hartazgo que habrá sido de vos. Pero seguí, siempre seguí. Si no volvías vos, como me tenías acostumbrada, lo hacía yo. Después volvía a irme enamorada de alguna boca que juro me deslumbraba y creía olvidarte. Abrazada a otro cuerpo, alguna noche te saqué del recuerdo y hablé de vos. Alguna voz que me importó demasiado, se animo a decirme que nuestra historia no tenía porque terminar así. Después de enojarme, de arrancarla, de olvidarla, de reconciliarme y tatuarme a fuego no volverla a ver, me permití dudarlo. Quizás esa voz de otro planeta tenía más razón de lo que yo pensaba. Igual, me dolió mucho.
Después, vinieron años más estables, años más completos y repletos de seguridad, que como todo lo perfecto se esfumó no se bien cuando.
Hoy, a la vuelta de una esquina cualquiera me encontré de frente con toda tu ambigüedad. Pronunciaste esas palabras calcadas como si estos 10 años no hubiesen pasado jamás. Diez mil invitaciones, diez mil proposiciones, la excusa era una: vernos.
Y yo respiré, temblé, y trague diez años enteritos de juramentos, de promesas, de olvidos, de idas, vueltas, y del sabor de esos besos que jamás nos dimos vaya a saber porqué. Quizás somos tan iguales hasta en eso: cobardía.
Creer que te gané, creer que te manejo, creer que son mis tiempos, creer que ya no me moves nada de nada, creer que no tenés razón, que ya no jugás conmigo, que te controlo, que te pongo, te saco y si quiero te escondo… es la mejor manera de mentirme. Como me gustas, te quiero como te necesito. Ni yo puedo creerlo, pero así de simple es.
La verdad de toda una mentira: se que ese café quizás se vuelva a enfriar otros diez años.